Sabido es lo que ocurre cuando un gobierno destruye el valor
de su moneda. Inflación, sustitución de moneda local por divisas, mayor desigualdad
distributiva, productos más pequeños o de peor calidad. Además, los billetes de
baja denominación aparecen cada vez más rotos. Y, si bien tenemos la billetera
llena de billetes, sabemos que todos esos papelitos alcanzan para casi nada.
Dada la dinámica actual, no sería raro que tarde o temprano
terminen imprimiendo billetes de mayor denominación. Si, por un momento, le
creemos a las estadísticas del gobierno, y hacemos los cálculos, para que un
billete de $100 tenga el mismo poder adquisitivo que tenía en mayo de 2003,
debería ser de $300.
Hay antecedentes recientes en la historia argentina de sellos que se le ponían a los billetes para agregarle más ceros, por ejemplo. Mucho más catastrófica fue la hiperinflación alemana previa al ascenso de Hitler. Los billetes valían tan poco que los niños jugaban con los fajos a hacer torres.
Más simpático fue el caso de Zimbabwe donde para comprar una
cerveza se requería de unos cuantos ladrillos.
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